martes, 9 de agosto de 2016

Cuentos



El Baúl de los recuerdos
               Cataratas de Mollesaja                                                             Corredor del Tixani

Hace mucho tiempo en una Ciudad cuyo nombre pocos recuerdan, vivía un niño llamado Robín, él, no entendía, por qué cada vez que le contaban leyendas de su tierra las sentía mágicas; pero nadie le creía. Al despertar una mañana se le ocurre ir a visitar a su abuelito el señor Calimero, al llegar el niño le pregunta: Abuelito, ¿cómo puedo hacer para ser parte de una leyenda?, su Abuelito sonriendo le dice: que cogiera unos polvos mágicos que tenía en la repisa y así llegaría a ser parte de esta, siempre y cuando los usara de la siguiente manera: al echarlo encima de su cuerpo se transportaría a la leyenda en la que él está pensando. Robín se despide de su abuelo y regresa corriendo a su casa, se echa en un sillón, buscando la manera de ver cómo se echaría los polvos mágicos y sin darse cuenta, estos le caen encima; de pronto aparece atrapado en su leyenda favorita, a lo lejos divisó la Sirena afinando su guitarra al son de las cataratas de Mollesaja, sorprendido, siguió mirando a su alrededor, cuando … vio bajando al Toro del Cerro Baúl a tomar agua al Río, con sus largas cadenas de oro; atemorizado y sin saber a dónde esconderse, comenzó a retroceder y sin darse cuenta se sintió elevar al cielo; el niño asustado, no sabía que sucedía, cuando se da cuenta que un cóndor lo subía hacia la cima del Cañón (corredor del Tixani), que hermoso paisaje, se dijo el niño, el Señor Cóndor le dice: hola Amiguito, soy el guardián de las leyendas, he visto con que atención escuchas mis leyendas, que son lecciones que contienen verdades de tus antepasados, mirad la gente en esta historia es buena, gentil, conserva aún todos sus valores, mira la armonía, trabajan alegres y en comunidad, todos unidos para lograr sus objetivos, mira que lindos campos de cultivo. Pero ahora, quiero que veas una cosa, ven vamos a la Ciudad, cuidado!, agáchate, viene las cabezas voladoras, son esas niñas desobedientes, que atemorizan a la gente, ellas deberían asustar a aquellas personas que hacen daño. Robín le dice: tienes razón, mucha gente ahora a malogrado la casonas antiguas, tanto, que cuando se escuchan las leyendas pareciera que fuera de otra ciudad, ya basta de esto, dice el Señor Cóndor, es hora de que conozcas otra cosa, vamos por aquí, es una nueva leyenda la del Sauce llorón, una leyenda desconocida que a la brisa del medio día canta con sus lindas melodías, el niño se acerca y lo va a saludar, pero el sauce le dice vete de acá que yo quiero llorar, el cóndor le dice que él triste esta, porque hace mucho tiempo atrás, un hechicero de su amor lo separó, ahora me voy despidiendo de ti pequeño, hasta la próxima, porque al cruzar el portal estaré en otro lugar. 
En ese momento, Robín se sintió caer, ya no estaba en aquel lugar estaba en el suelo de su casa, porque se cayó del sillón, él se puso a pensar lo que le dijo su Abuelo Calimero; tenía razón, si se puede ir a una leyenda. Se levantó corriendo para ir a la casa de su Abuelo Calimero y agradecerle por los polvos mágicos que le había dado; el Abuelo sonriendo le dice: la imaginación es tu tesoro, el que muy pocos pueden obtener, te digo un secreto, lo que te llevaste era canela en polvo, pero cuéntame ¿Qué paso? ¿Dónde te llevó tu imaginación?, seguro a una de tus leyendas favorita. Robín le responde, me llevó a lugares mágicos que tú también conoces abuelo, porque son las leyendas que tú me contaste; sabes Abuelo, tú crees que existen los polvos que mencionaste?, el Abuelo le responde quieres averiguarlo conmigo?, vamos acompáñame a buscar en el Baúl de los tesoros y quizá allí esté la respuesta; por cierto no debes olvidar querido hijo que la riqueza no es material sino que está en cada uno de nosotros, te digo esto porque no vas a encontrar monedas, ni joyas, pero lo que si encontraremos es una lluvia de interminables aventuras.
Autora: Carolina Zeballos

LA HISTORIA DE ÁNGELES Y SAMÉ


Cuentan los antepasados que hubo cierta vez una pareja de jóvenes llamados Ángeles y Samé. En ellos surgió un gran amor. Se enamoraron profundamente, pero sus padres no querían tal unión, especialmente Huaracane, el padre de Ángeles, que luchaba para separar esta pareja de jóvenes, pero no podía. Mientras tanto el amor entre ellos seguía creciendo, y de ese amor surgió un niño. Huaracane al enterarse se enfureció mucho, y encolerizado y dolido por lo sucedido trató de robar al niño, pero no pudo lograr su objetivo. Y como no hubo otra solución, mandó a robar al niño y ordenó que lo enterraran en un baúl. La madre al enterarse que su pequeño había desaparecido, lo buscó junto con Ángeles, pero no lograron encontrarlo. Afligidos por la pérdida de su bebé, Ángeles se convirtió en un cerro, el que ahora llamamos el cerro de Los Ángeles, y Samé se tendió por el suelo, lo que hoy en día es el pueblo de Samegua.
En cuanto al padre de Ángeles, alegre por el triunfo que había tenido al separar" a los amantes, los dioses lo castigaron convirtiéndolo en el cerro Huaracane. En cuanto al bebé de Ángeles y Samé, en el baúl, fue creciendo y creciendo, Y hoy en día lo conocemos como el cerro Baúl.
En conclusión, el cerro Baúl es el hijo del cerro Los Ángeles y Samegua; y Huaracane es el abuelo del cerro Baúl. Todos conforman una familia que un día no pudo unirse por culpa de Huaracane.

LA MANZANA DE ORO 

Érase una vez una familia conformada por tres personas, padre, madre e hija. Era una familia humilde pero muy feliz. El padre se encargaba de mantener el hogar durante mucho tiempo; de pronto poco a poco el padre fue enfermando y no podía trabajar, las deudas se acumulaban día a día al punto de perder su propia casa. El padre no pudo más y murió.
Madre e hija se quedaron solas y desamparadas en la calle pasando hambre y frío. Pero de pronto un día por unas chacras lejanas vieron una jugosa manzana colgada. La niña tenía tanta hambre que decidió pedirle a la dueña que se la regale, pero la dueña no lograba ver nada; y a tanta insistencia de la niña la señora le dice: "Si encuentras alguna manzana, ¡sácatela!, aunque lo dudo mucho ya que no es época de que den manzanas", y diciendo esto se retiró.
La niña fue y cogió la manzana; y ambas se fueron felices a comer la manzana; pero era raro, esta manzana no se podía comer, era tan dura que no 'se partía con nada.
De pronto un señor que conocía de oro se les acercó y les preguntó que por qué hacían tanto esfuerzo en partir la manzana. Pero éste al ver la manzana, asombrado dijo: ¡Pero, si esta manzana toda es de oro puro!
Desde ese entonces todos los problemas de las dos se resolvieron y vivieron muy felices para siempre.

El camarón de Oro

El grito golpeó las altas laderas del Estuquiña y del Huaracane. Y como si fuera un eco, de la rocosa garganta del recoveco de las Sietevueltas, se fue desgañitando la voz dolorosa del hombre.
El grito, luego de lanzarse a la cima de los enhiestos torreones, fue cayendo de piedra en piedra, astillándose en siniestros gemidos, para reventar en el fondo de la quebrada en un silencio sobrecogedor, interrumpido a ratos por el leve sollozo del miedo y de la sorpresa.
Cuentan los viejos, veteranos arrieros de caminadas rutas, que aquella tarde remecióse todo el valle. «¡Muerte! ¡Muerte!», afirman que se oyó. Eran las palabras tajantes de una voz cavernosa, que salían de no se sabe dónde. Unos aseguran que de los cerros, otros, de su entraña abierta. El agua también rugía a borbotones, como si escapara de desesperada prisión, tras la libertad que la violencia del terremoto le estaba dando. Parecía que buscaba algo. Así lo comentan, así lo refieren.
«¡Ah, maldito!», afirman que repetía a cada instante la voz misteriosa. «¡Maldito para siempre!», vociferaba. Y el eco lúgubre repetía: «para siempre…para siemp…para siem… » Y la Tierra no dejaba de estremecerse…Los segundos parecían largos, largos, interminables…
Al pie de los cerros, encogido, sumido en una devastadora estupefacción, el hombre veía sin mirar sus manos rojas, rojas de viva sangre, como si mil alfileres le hubieran punzado inmisericordes. Miraba, y cerca de sus pies algo voluminoso y amarillo parecía agitarse. Era un camarón descomunal que, a los rayos débiles de la tarde, desprendía reflejos metálicos de luz. Y las aguas subterráneas, aunque usted no lo crea, se dirigieron ávidas hacia la extraña criatura. Ésta, al modo como iba siendo cubierta por el exuberante líquido, más y más aumentaba sus movimientos: parecía que recobraba vida; y al ir aumentando su vigor, fueron calmándose también los estertores agónicos de la Tierra: el terremoto estaba calmando.
Cuentan que las aguas turbulentas del seno de la Tierra al envolver al camarón de oro, lo hicieron con la ternura con que suele abrazar una madre al hijo que se encuentra. Dicen que las aguas reían como niñas juguetonas; que los murmullos de cristal musitaban historias sobre jardines poblados de maravillas, de flores irisadas y avecillas extraordinarias. Eso cuentan, eso hablan. Y en medio de la espumante corriente, el camarón de oro se hundió en la oscuridad de la entraña abierta de la Tierra, que cerrose después de que las vivas aguas desaparecieran totalmente.
Y allí quedó el hombre, recobrando poco a poco la conciencia. Había capturado el prodigioso camarón de oro, el del mito remoto, el de la leyenda inacabable; pero que al hacerlo sintió que sus manos eran devoradas por el fuego, que sólo un grito desgarrante rompió su garganta; y que casi al unísono escuchó la fatal sentencia de los cerros: ¡su muerte! Pero, estaba vivo y… sonriendo, porque la vida, a pesar de todo, es lo más hermoso que se tiene.

LA SIRENA DE MOLLESAJA
En el anexo de Yacango se encuentran ubicadas las cataratas de Mollesaja, lugar que es escenario de la más hermosa leyenda que a continuación le narraremos. 
Se cuenta que en las llamadas "horas malas" (doce del día y doce de la noche) en las cataratas de Mollesaja, justamente a esas horas, se aparece una hermosa sirena, que es mitad mujer y mitad pez, cuya cola parece de una corvina, sus cabellos son de oro puro, sus ojos son de color de agua; es tanta su belleza que si por casualidad una persona es vista por ella, la sirena la llama, y la persona al encontrarse encantada por su belleza le obedece, desapareciendo junto con ella bajo las aguas de las cataratas. 
Pero si una persona le escucha tocar a la sirena su guitarra, de la cual sale la más hermosa melodía, también es encantada. La persona ve a la sirena, pero la sirena no ve a la persona; y si la ve es llevada a la locura y para poderla curar tienen que hacer una entrega a la sirena que consiste en dejar un gallo justamente a las llamadas "horas malas" para que la sirena tome al gallo y sane a la persona. 
Es por eso que los pobladores se conforman con dejar horas antes sus guitarras para que cuando salga la sirena las afine tocándolas con sus melodías y cuando .ella se va la persona que dejó su guitarra regresa a recogerla, y al tocar las cuerdas se desprende una melodía tan encantadora como la guitarra de la sirena. 
Cuando escuchen salir una melodía agradable de una guitarra que parece que la guitarra canta es porque la sirena la ha afinado. 

San Jerónimo

Cuentan que hubo un tiempo en que el río se secó en una de sus peores sequías al extremo que las desgracias y miserias no podían ser castigo de Dios: los animales y las plantas morían, las hembras perdían sus crías, los árboles se secaban. No había remedio para esto y algunas personas comenzaron a irse a otros valles con mejor suerte.
Un día llegó al valle un hombre que, según contó, venía caminando valle abajo y visitaba todos los lugares. Llamó la atención la túnica que usaba y su forma de hablar, tan dulce y firme. Desde que llegó hablaba de Dios y de lo importante que era arrepentirse de los pecados para no traer la ira divina. Pero de lo que se dio cuenta la gente del valle era que con su llegada empezó a llegar el agua y con ella la vida. Las atenciones hicieron que este personaje quedase en el valle más tiempo del que tenía programado. En ese tiempo, los animales engordaron, el río creció, las plantas empezaron a tomar fuerza y las hembras preñaban y parían.
Pero este personaje debía continuar su recorrido hacia el norte. No escuchaba los ruegos de la gente que se reunía en su entorno. No le inmutaron ni las lágrimas de las mujeres agradecidas ni la risa de los niños que jugaban a su alrededor, pues su partida era inevitable. Dicen los viejos que mientras subía el cerro cayendo ya la tarde, las gentes en silencio rogaban a todas las fuerzas para que el personaje no se vaya. Pero la oscuridad que avanzaba muy rápido, como nunca, impidió seguir viendo al visitante perderse en las alturas.
Al día siguiente la gente se levanto con congoja y sólo atinaron a recorrer con la vista el sendero del visitante y cual no sería su sorpresa al ver al mismo pero convertido empiedra: los ruegos de la gente había logrado detener su partida y había logrado hacer que se queda en medio del valle, para bendecir su prosperidad. Las gente empezó entonces a llamarlo San Gerónimo, patrono del valle de Ilo.
Dicen que los valles del norte nunca recibieron su visita, por eso terminaron secándose y sus gentes tuvieron que salir de ellos para no morir de hambre y sed.
Frente al Parque Ecológico de El Algarrobal, en medio de un angosto camino se puede ver a un personaje de espaldas, con su capa a medio vuelo y la pierna flexionada en además de subir el cerro, recorrido que nunca culminó.

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